Vigilia se afana encorvada sobre el viejo escritorio. La pluma rasga el papel trazando la historia, dando vida y muerte a los personajes que no pueden escapar ni elegir su destino. Se dice que la inspiración surgió cuando Dios insufló por primera vez aire en la nariz del hombre dándole aliento de vida. Desde entonces somos simples marionetas que de nada sirven sin la revelación creativa por parte del espíritu divino y su inspiración.
Las musas.
¡Que contarle a Vigilia de las musas!. Hijas de Zeus y de Mnemósine, compañeras del séquito de Apolo, dios olímpico de la música y patrón de las bellas artes.
Las musas.
Vigilia escribe. Esta vez una obra de teatro, está en el tercer acto donde se fragua lo que será el desenlace final. Hay que ser muy sutil, dar pequeñas pistas sin dejar traslucir demasiado, hacer volar la imaginación del espectador, pero sin rumbo. Que los caminos hacia el desenlace sean inciertos y estén a disposición de todo lo previsible para que, en un dramático acto final, se desvele lo imprevisible, la sorpresa. Intenta recordar lo que le enseñó Melpómene «La melodiosa» siempre tan elegante y misteriosa tras su máscara trágica. ¿Cómo fue eso?, hace ya tanto tiempo.
En un rincón sobre un estrecho camastro cubierto a duras penas con una sucia y raída manta, el autor, aterido de frio, tose y rumia en sueños la escena que Vigilia escribe. La vive. Despertará antes de que el sol empiece a calentar la estancia, legañoso y con la vejiga llena encontrará los manuscritos que Vigilia ha dejado y los leerá sorprendiéndose de su maestría al escribir y se preguntará, mientras riega el orinal, cómo tan genial escritor puede ser tan incomprendido y vivir tan mal.