Tainara sostiene en una mano el burdo muñeco de trapo y en la otra un largo y oxidado alfiler. Por su mejilla resbala su rabia en forma de lágrima. Le ha costado sacar esa lágrima, no quería hacerlo hasta estar muy segura que serviría para algo. Le costó tanto como hacer el muñeco y pegarle el mechón de pelo que había arrancado a su agresor. Lo tenía tan aferrado a su mano que necesitó la ayuda de su abuela para liberarlo. Rabia. Todo el tiempo acumuló rabia. Mientras la ultrajaban y más tarde, camino a casa. Mordiendo rabiosa el labio hasta hacerlo sangrar. Rabia. Cuando contó lo sucedido. Rabia cuando su abuela le ensañaba los oscuros secretos. Rabia ahora al bañar en la lágrima la punta del alfiler y rabia al clavarlo con tanta fuerza en el muñeco que lo atraviesa hiriendo su mano. Con rabia contenida retorna el camino hasta la casa del agresor y finalmente en un suspiro exhala los últimos restos de rabia al ver al hombre en la acera con el cuello partido y los ojos perdidos.