AUTOR: Ignacio Chavarría Díaz
Información de registro
Identificador 2205101101306
Fecha de registro 10-may-2022 12:13 UTC
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Ahí está desde que apareció la otra noche, sentado en la butaca de cuero del rincón , con sus largas piernas cruzadas, bamboleando el pie con desgana, sujetando la cazoleta de la pipa de fino tallo, con la vista fija en mí, todo el tiempo, sin un mísero parpadeo que me dé descanso.
Yo, por mi parte relleno hoja tras hoja aporreando mi antigua máquina de escribir, textos que sé de antemano que nadie leerá con palabras que no tienen sentido alguno, dejando marcas de sangre en las teclas. Mis antebrazos están tensos, rígidos por el constante movimiento de los dedos, tengo la boca reseca y me he orinado encima. Hace dos días que no me levanto de la silla, el escritorio, la máquina de escribir, el enorme bloque de papel blanco ordenado a mi derecha y su presencia en las penumbras del rincón, son todo mi mundo, no hay nada más allá.
Todo comenzó con un extraño encargo de la editorial, según me contó mi agente una persona había ido a la oficina buscando un escritor para dar vida a un libro con sus memorias. Como siempre, el libro llevaría el nombre de esta persona y no del verdadero autor, vamos, lo que en el mundillo editorial se llama contratar un «negro».
Últimamente mi caché está tan apagado cómo mi imaginación, hace mucho tiempo que no escribo nada decente, desde el pequeño éxito que tuve con mi primer libro las musas me han abandonado, no hay inspiración, no hay ideas, nada, estoy seco. La editorial con el tiempo empezó a presionar y a falta de creaciones propias me obliga a hacer estos encargos para terceros que, por otra parte, ayudan a pagar el alquiler del tugurio en el que vivo, así que los acepto de buen grado, son fáciles de hacer, historias insulsas de personajes famosillos sin capacidad para contarlas ellos mismos, cantantes, deportistas, noctámbulos de la farándula y voceadores de programas de televisión, hoy en día todos quieren «escribir un libro» y la gente, los devoradores de vidas ajenas, los compran ilusionados, las editoriales ganan dinero con ello y yo hago la compra todos los días, todos contentos.
Pero este encargo era diferente, normalmente entrevisto a la persona, me cuenta cosas de su vida que puedan servir como exclusivas, que tengan morbo, trapos sucios y affaires que vendan en la prensa rosa, luego busco en internet noticias y otras entrevistas que se les hayan hecho, lo que dice la Wikipedia de ellos, en fin todo lo que encuentre y con todo eso relleno y completo un libro de unas 400 páginas que pronto aparece en los estantes de novedades de las librerías, bestsellers, no sé ya cuántos llevo. Como decía, este encargo era diferente, no conocí al cliente, debería escribir una biografía de alguien sin nombre, basándome únicamente en la información contenida en la mugrienta carpeta que me mandó mi agente, fotos, algunos recortes de periódicos antiguos, un montón de páginas, algunas escritas a mano con diferentes caligrafías de loco y frases sin sentido, otras escritas a máquina o impresas desde un ordenador y finalmente unas cintas de casete numeradas. Pagan bien, mejor que de costumbre, así que empecé a analizarlo todo y debo decir que con cierto interés.
Las fotos mostraban imágenes de una mujer en diversos sitios, en todas ellas alguien había tachado al resto de personas que pudieran aparecer, emborronando con furor sus caras hasta tal punto que había roto el papel, había mucho odio en ese proceso. Sobre las páginas escritas a mano intenté colocarlas buscando un orden que les diera sentido, no tenían numeración y lo que decían no parecía seguir un orden cronológico ni por tiempo ni por lugares o situaciones, parecían escritas por diferentes personas, pero solo había una de cada tipo, con las impresas y las tipografiadas a máquina pasaba lo mismo, una hoja de cada, como si hubieran sido elegidas al azar de varios manuscritos. Decidí apartarlas para volver luego con ellas y pasé a intentar sacar algo en claro de los recortes de periódico, aquí conseguí entender que había una relación entre los hechos que narraban; desde la más antigua a la más nueva había unos tres años de diferencia y el único nexo de unión era que narraban el hecho de una persona que se había suicidado, todas en fechas y lugares distintos y de las más variopintas maneras.
Las cintas me intrigaban, había llegado el momento de escuchar qué tenían que decirme, tuve que salir a la calle y recorrer varios sitios hasta encontrar un reproductor, me lo vendieron en una tienda de barrio con gran sorpresa, por el polvo que tenía la caja debía llevar varios años en algún rincón del almacén. Me hicieron un buen descuento, pero creo que me lo habrían regalado solo por quitárselo de encima.
De vuelta en casa tomé la cinta marcada como 1 y di al PLAY, entonces pasó; la habitación se sumergió en un profundo silencio, cómo cuando se taponan los oídos al alcanzar altura en un avión y él apareció sentado en el rincón y dijo «ESCRIBE»; al momento me vi sentado frente a mi antigua máquina de escribir, no la he usado hace años, la tengo como un objeto decorativo que da cierto ambiente intelectual a mi mesa de escritor, pero ahí estaba, con una cinta de tinta nueva y con una pila de blancos folios a mi izquierda esperando que los llene de historias y personajes; pero no salen historias de mis dedos, solo frases sin sentido que ni siquiera reconozco como mías, escucho los ruidos de la calle, de normal tan familiares, como si estuviera bajo el agua, tamizados por la magia que haya surgido del casete al ponerlo en marcha, llevo dos días así, veo el casete funcionando y sé que emite todo este vacío, pero la cinta no corre. Los ojos del engendro me esclavizan, todo esfuerzo que hago por negarme a su petición me somete más y más, finalmente se levanta, anda pausadamente y se coloca a mi espalda mirando con detenimiento las incoherencias que escribo, la pila de folios ha desaparecido, el último está enroscado en el rodillo y todavía aguanta los golpes de cada tecla que deja negras marcas desesperadas en su blanca piel. Siento su mano en mi hombro y me desmorono como una marioneta liberada de sus cuerdas, «VE». Solo dice esa palabra, me levanto y ando, veo de refilón como sus resecas manos toman el folio de la máquina con la delicadeza de un avaro coleccionista. Mi andar me lleva al balcón y sé lo que va a ocurrir con tanta claridad como que pronto añadirá a la vieja carpeta un nuevo recorte de periódico junto a mi última página escrita.
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