ERASE UNA VEZ …

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Autor: Ignacio Chavarría Díaz 

Información de registro
Identificador 2204130912273
Fecha de registro 13-abr-2022 11:13 UTC
Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

Erase una vez…

Maldita frase, cada noche que la escuchaba creaba en mí una serie de expectativas que nunca se cumplían. He de decir que mi padre es una excelente persona, pero no ha sido dotado por los dioses con la más mínima habilidad para la inventiva y menos para la narrativa. Si a eso le añades que su faceta teatral es nula, pues ahí tienes, un desastre de cuento tras otro.

Yo insistía en que me los leyera, al menos así la trama mantenía cierto interés, pero él, creyéndose imbuido por el espíritu de mi abuelo -que sí era un maestro cuentacuentos- tozudeaba en la improvisación. Y así salían sus historias; de pena.

Todo cambió esa noche.

Llegó a mi habitación serio, falto de esa sonrisa bonachona que siempre decoraba su cara, perlado de sudor y con la mirada perdida. Se sentó en la cama y noté que su peso no era normal, el colchón se hundió hasta tocar el canapé. Me asusté.

Erase una vez…

La frase la inició sin preámbulos, con una voz profunda que nunca le había escuchado, sin remover antes mi pelo como hace cada noche. Agarré el borde de la sábana y me cubrí con ella hasta la boca, dejando a duras penas espacio para respirar y mirar con mis ojos asustados de diez años a mi padre.
Los personajes empezaron a fluir, la narración se oscureció, la trama se enredo en dobles dobleces e intrigas a tres bandas. Todo se fue hilando con maestría, tejiendo la urdimbre con hilos sutiles hasta formar una preciosa tela. Un relato perfecto. Pude respirar a duras penas al finalizar. La habitación había subido de temperatura durante el cuento, tanto que yo sudaba copiosamente bajo mi armadura de sábanas. Aun así, seguí tapado, quieto, mirando fijamente a mi padre que permanecía en un silencio eterno con la vista perdida más allá de la ventana. Finalmente se levantó y el colchón volvió a su ser libre del terrible peso. Sin más me dio las buenas noches, apagó la luz y salió cerrando tras sí la puerta.

Dormí asaltado por terribles pesadillas, sobresaltado por los duendes nocturnos, navegando entre duermevelas y entresueños. Por fin salió el sol atravesando los visillos e iluminó mi cara desdibujando los terrores nocturnos. Entró entonces mi madre en la habitación con los ojos lacerados por las lágrimas y me dio la noticia. La noche anterior mi abuelo había muerto.

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