Cuenta que te gusta

Autor: Ignacio Chavarría Díaz

Información de registro
Identificador 2205031061350
Fecha de registro 03-may-2022 17:52 UTC
Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

 

Una tarde preciosa, el aire frio y limpio me llena los pulmones y en el horizonte el sol se acuesta pintando de dorado los verdes campos de alfalfa. El paseo ha sido largo, desde que me encerraron lo repito a diario y cada vez llego a la piedra en mejores condiciones; la piedra es mi destino, a siete kilómetros exactos de la residencia que es ahora mi morada y de la que escapo siempre que puedo. Este paseo es, hoy por hoy, lo que me mantiene vivo y llegar a la piedra es todo un reto para mis rodillas machacadas por la artritis.

Estos últimos días ha estado lloviendo, gotas de primavera que enverdecen los campos y alteran la sangre de los jóvenes; el camino está casi seco, pero todavía reblandecido por la acumulación de agua, es como andar por una moqueta, más bien por un tartán de atletismo, me recuerda tiempos pasados en que mis piernas me llevaban raudo a la meta y tenía pelo negro que se alborotaba con la velocidad y el viento y las chicas deseaban apretar entre sus dedos.

Al fin he llegado, a pesar del aire frio de la tarde noto la frente perlada de sudor por el esfuerzo, los últimos metros son en subida y mi viejo cuerpo lo nota. La piedra es perfecta, con la altura justa para sentarme en ella y levantarme luego sin demasiado esfuerzo, alejada del camino, lisa, sin asperezas que incomoden el descanso, está en el lugar justo para ver el atardecer ofreciendo un espectáculo de campos y bosques que disfrazan sus colores en cada época del año; verdes, pardos, amarillos y rojos se mezclan cuando el otoño reina, cremas y dorados en verano, el blanco los cubre en invierno y ahora, en primavera, la explosión de colores lo llena todo. Me siento, respiro, contemplo y siento, mi mano acaricia la superficie y encuentro la pequeña rugosidad que al tacto parece una tortuga. Me complace repasar su contorno con el dedo mientras miro al horizonte, la repetición del movimiento oval de lo que sería el imaginado caparazón me sumerge en un estado de paz que estimo cercano al buscado nirvana de la cultura hindú; “apagarse” es el significado de la palabra, estar más allá de la persona y más cercano al espíritu dejando atrás todo, el odio, el amor, el apego, el conocimiento y la ignorancia, es lo más parecido a “no estar”.

Mis pensamientos y el entorno han parado el reloj, no sé cuanto llevo aquí, pero empiezo a sentir frio y entumecidas las piernas, el cielo se está abrigando de nubes y empiezan a caer dispares gotas aquí y allá; es hora de irse. Tomo, como siempre, un poco de impulso para levantarme de la roca, pero mis pies permanecen pegados al suelo, creo que se me han dormido del tiempo que llevo parado. Intento de nuevo, pero no, están fuertemente sujetos a la tierra. Miro abajo para ver que unas extrañas raíces se han enredado e incluso agujereado los zapatos, que raro, ¿Tanto tiempo llevo aquí que la naturaleza me ha tomado de rehén? Tal vez mis ensoñaciones siguen presentes, me he dormido y estoy soñando o sumido en algún extraño trance.

Sea o no sueño, tengo que volver porque la lluvia empieza a arreciar y siento realmente en mi cuerpo el frío y la humedad, hay siete kilómetros de vuelta y no van a ser agradables. Saco de mi bolsillo una pequeña navaja que siempre llevo conmigo y, con gran esfuerzo, me agacho para cortar las raíces que me aprisionan. El primer corte me produce un dolor intenso y de la madera gotea una sabia roja muy similar a la sangre. Lo que acaba de pasar me aterroriza, intuyo que me acabo de dar un corte, pero no creo lo que mi mente y los hechos me muestran. Corto los cordones de uno de los zapatos, pero las raíces impiden que saque el pie, así que corto el zapato, aunque tenga que volver descalzo es mejor que pasar aquí la noche. Lo que veo me hiela la sangre, dentro del zapato no está mi pie, de hecho, mi pie ya no existe, mi pierna acaba en una especie de nudo de madera que debía ser mi tobillo del que salen las raíces que se hunden en la tierra. Está claro que estoy soñando, ante mis ojos mi piel se arruga y se endurece tornando mi carne en madera, la transformación sube ya hasta las rodillas impidiendo que vuelva a sentarme, mis piernas han engordado hasta unirse y han destrozado la ropa y los zapatos juntando las dos piernas en un solo tronco. Grito, grito con todas mis fuerzas y toda la desesperación que requiere esta pesadilla, grito tanto que pierdo la voz a la vez que las esperanzas. Elijo este camino para mi paseo precisamente porque no hay nadie, nunca me cruzo con otras personas y menos un día como hoy que el tiempo desaconseja salir. Supongo que en la residencia se darán cuenta esta noche de mi falta, mandarán gente a buscarme, aunque nadie sabe donde voy, terminarán por llegar aquí.

El proceso no cesa, a la vez que mi cuerpo cambia se retuerce y alarga comienzo a notar como mis raíces absorben agua del suelo y sacian mi sed, noto pequeñas hormigas que trepan desde la piedra por lo que fueron mis piernas llegando ya a mi pecho que se ha convertido en madera y elevado algunos metros del suelo; mis brazos han empezado a retorcerse y mis dedos se alzan al cielo buscando la lluvia mientras se dividen y llenan de verdes hojas. Es un extraño sueño muy real, tanto que dudo mucho que sea un sueño. La noche cubre el cielo, no hay estrellas, solo nubes que descargan agua y viento que mueve mis hojas. No siento frio, solo paz. Siento la tierra mojada, los pájaros que se han guarecido en mis ramas, los insectos que recorren mi tronco, siento que soy parte de todo, sin dolores, sin problemas, sin hambre o sed, sin pasado.

He pasado la noche en continuo cambio, ahora el sol en el horizonte empieza a dorar los campos y siento su fuerza en todo mi ser, algunos gritos cercanos lanzan al aire lo que fue mi nombre, el suelo transmite pasos de gente que se acerca, los siento hablar, son la gobernanta de la residencia y alguien de la policía local, han parado a mi lado y miran los restos de mi ropa esparcidos por el suelo, la gobernanta llora, es una buena mujer, el policía llama pidiendo alguien del departamento forense que venga a levantar las pruebas, yo ignoro el alboroto a mis pies y, lleno de felicidad, miro el paisaje y disfruto del aire que peina mis ramas.

 

Encuentra más historias aquí