EL EGUZKILORE DE LA SIDRERÍA DE ANDER

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Autor: Ignacio Chavarría Díaz

Información de registro
Identificador 2205041065256
Fecha de registro 04-may-2022 12:53 UTC
Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

Escondido en las montañas de Euskadi se encuentra la población de Zegama, uno de esos pequeños pueblos tallados en piedra, hundidos en una naturaleza abrumadora, salvaje y voluptuosa como solo la orografía vasca puede regalar. Zegama es una población tranquila donde nunca pasa nada y todo el mundo se conoce, en un sitio así es difícil escapar al cuchicheo y demasiado fácil «dar que hablar».

La vida de los lugareños pasa plácida de los campos a la plaza y de la plaza a los bares y sidrerías donde las tertulias acompañan abundantes viandas regadas de zuritos y chacolís. Es normal para los aldeanos acabar en la sidrería de Ander, animados por las bebidas y la panza llena, antes de recogerse en sus casas al cerrar la noche. Ander es, haciendo honor al significado de su nombre «hombre fuerte», enorme y tan bonachón como grande. Regenta la sidrería que era de su padre, este la recibió de su abuelo y este a su vez de su bisabuelo. Rubio, de cara sanguínea, manos como remos de trainera y una panza cómo proa de barco que hace parecer sus brazos y piernas demasiado cortas para tanto cuerpo. Ander es un hombre feliz, casi imposible de hacer enfadar, solo hay una sombra en su vida y para mantenerla lejos tiene el eguzkilore clavado en la puerta. Digamos que no siempre Ander ha sido feliz, hubo un tiempo en que, de hecho, fue tan sumamente infeliz que a punto estuvo de quitarse la vida, de este tiempo y del desenlace que le devolvió la felicidad largan todavía las lenguas de las maris en sus tertulias ante un café y unos pasteles que endulzan sus ácidas palabras.

Ander estuvo penosamente enamorado desde la ikastola de Ekaitza que, al igual que Ander, hacía honor a su nombre cuyo significado es tormenta o tempestad; al revés que Ander, de personalidad calmado y sumiso, Ekaitza era todo furor y dominancia. Trataba a Ander como un esclavo, más aún, como un apéndice suyo siempre dispuesto a complacer cada una de sus órdenes y caprichos, realmente trataba así a todo el mundo, pero solo de Ander conseguía su voluntad. La voluntad de Ekaitza fue casarse con Ander y este, muy en contra de toda su familia accedió y se casó con ella. La sidrería empezó a perder clientes en cuanto Ekaitza puso sus malos modos tras el mostrador, al poco tiempo solo acudían los amigos y familiares de Ander y Ekaitza y más por compromiso y lástima por el hombretón que por gusto.

Ander para acá, Ander para allá, Ander empezó a perder peso, caminaba por el pueblo como si arrastrara cadenas, se alejó de su cuadrilla y de su familia y empezaron a verle cada vez más por el frontón, dando terribles golpes con sus enormes manos a las duras pelotas que se estrellaban en el muro dejando marcas de sufrimiento, desesperación e impotencia. Así pasaron los años, ella cada vez más gorda y mal encarada y él cada vez más consumido.

Ekaitza acudía una vez al mes, montando una borriquilla que a duras penas la sustentaba, a Zalduondo para hacer compras y, según las lenguas del lugar, a verse con un hombre a escondidas de Ander. Para llegar a Zalduondo atravesaba el Parque Natural de Aizkorri-Aratz por el túnel de San Adrián, se trata de un túnel de tan solo unos 70 metros de largo que atraviesa la montaña de roca y que alberga en su interior la ermita de San Adrián, lugar donde Ekaitza dejaba a la vuelta, a buen recaudo del cura, sus secretos en forma de pecados confesos.

El día del que hablamos, del que todo el pueblo comenta, el día de la gran tormenta y los vientos exhalados por el mismo demonio, ese día, la borriquilla llegó sola al pueblo, justo hasta la puerta de la sidrería, cargada de quesos y embutidos y tan malparada que en la misma puerta cayó muerta. De Ekaitza nunca más se supo, los hombres rehicieron el camino hasta la gruta con gran penuria por el intenso frio, el viento y la nieve, pero no vieron nada y la tormenta arreciaba y amenazaba con acabar con sus vidas así que decidieron pasar la noche en la ermita esperando que amainara; ninguno de los que allí fueron, incluido Ander que encabezaba la cuadrilla, olvidará esa noche. Al abrigo de la santa casa el viento aullaba con la particularmente desagradable voz de Ekaitza, las palabras se escuchaban claras y quedaron grabadas en las almas de todos los presentes.

“Maldito, tu alma es mía, volveré por ella”

La voz no era humana, pensaron que quizás ella gritaba en la tormenta y el viento arrastraba la voz por la gruta transformando en fantasmal el malvado mensaje, pero nadie se atrevió a dejar el suelo sagrado para comprobarlo. El amanecer descubrió a los hombres arrebujados en sus capas y abrigos en el interior de la capilla, el cielo era azul como pocos días y la vida alborotaba fuera de la cueva. Retomaron con cierto alivio la búsqueda, pero sin resultado. Los días siguientes la gente del pueblo y la gente de Zalduondo salieron en grupos para encontrar a Ekaitza, pero no apareció. La ertzaintza hizo pesquisas, descubrieron al amigo de Ekaitza en Zalduondo y este les comentó que había salido pronto intentando evitar la noche, preguntaron también sobre Ander, la sidrería había estado cerrada la tarde de autos y su coartada era que había estado en el frontón hasta la hora de abrir, era normal que abriera tarde, no había mucho trabajo desde que su mujer empezó a espantar clientes y casi todas las tardes se podía escuchar la pelota chocando una y otra vez contra el cemento. Nadie recordaba si esa tarde había sido así, pero tampoco nadie pudo decir que mintiera.

Ander hizo suya la amenaza y, pensando que Ekaitza volvería realmente a por él, colgó en la puerta de la sidrería un eguzkilore que recogió cerca de la cueva y empezó a dormir en el local. El eguzkilore es una flor de cardo con forma de sol que se ha convertido en uno de los símbolos más tradicionales de Euskal Herria ya que, según la creencia popular, es capaz de ahuyentar a los malos espíritus y proteger los hogares vascos. El de Ander era enorme, como él mismo, brillaba en dorados cuando el sol iluminaba la fachada y por la noche se teñía de un azul mágico acariciado por la luna.

La protección del eguzkilore, el transcurrir del tiempo y la ausencia de Ekaitza devolvieron la vitalidad y la alegría a Ander y los clientes a la sidrería. Poco a poco el suceso pasó de la actualidad a los mentideros y finalmente la misteriosa desaparición quedó tan solo en una historia que contar en noches de viento y tormenta. Aún así esas noches nadie sube a la cueva y el cura mismo intenta pasarlas en Zegama ya que, según dice, la voz de Ekaitza resuena con el viento que se cuela por las grietas de la vieja ermita.

No se sabe muy bien si fue una racha de viento, unos niños jugando o unos gamberros a los que se les fue la mano con el chacolí, el caso es que una noche, de esas de viento y tormenta, el eguzkilore de la sidrería de Ander desapareció. El sol sorprendió la puerta de la sidrería desnuda y entró a raudales por las ventanas iluminando la estancia desierta y descubriendo partículas de polvo danzando en el aire, de Ander no se volvió a saber, algunos piensan que se fue del pueblo, pero las maris del lugar comentan en las noches junto a la hoguera que Ekaitza bajó del monte y se lo llevo. A veces es complicado salir de un amor indemne.

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